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V de Vergûenza (canchereadas)

Al mejor estilo tusecreto.com, vuelvo con estas anécdotas en las que pretendo hacerme cargo del importante grado de pelotudez que puedo y que puede alcanzar la gente cuando quiere cancherear.

Gato con guantes…

Una fría tarde en la capital, encadenado a la rutina arranqué a caminar por el ya recurrente sendero hasta la parada del colectivo. Puesto que unos húmedos y gélidos 6 o 7 grados hacían que la gente camine con el cuello escondido tras bufandas y la manos refugiadas en los bolsillos, decidí ponerme mis guantes de lana que dejaban la yema de los dedos al descubierto (aclaro que usaba esos guantes no sólo por gusto, sino que los guantes normales me impiden manipular los objetos con total seguridad, como el celular, llaves, monedas y demás cosas que precisan de motricidad fina para que funcionen).
Parado bajo el cartelito de la línea 12, veía como el bondi se acercaba al cordón para que yo me suba. Cuando subí al colectivo, vi que en el medio de éste había un grupo de chicas bastante bonitas. No se si fue el frío y/o mi naturaleza de hombre lo que hizo que yo quiera hacerme el lindo con las muchachas que habían reparado una fugaz pero sólida e intencionada mirada hacia mi persona, así que con mi mejor voz seductora de locutor dije: “$ 1,25 por favor”. Una vez que me decidí a poner las monedas en el giratorio dispositivo, un pedazo de lana suelta de mis guantes se atoró en el engranaje. Asustado empecé a tironear con fuerza mientras el aparato forzaba mi mano y en consecuencia mi brazo haciendo que yo también gire hasta que por fin el guante se rompió y el pedazo de lana quedó dando vueltas con el resto del aparato.
Cuando pude levantar la mirada, aun jadeando y con el pulso acelerado noté para mi desgracia que no sólo las chicas con las que quise hacerme el galán se estaban riendo, sino también el colectivero y un par de pasajeros más…

Cuidado: Desnivel.

Me encontraba en el fondo del colectivo leyendo unos apuntes y escuchando música de la que no se canta (cosa de concentrarme en la lectura y aislarme de los ruidos del motor). Casi llegando a la facultad, se subió un grupo de chicas de no más de 17 años. Teniendo todo el colectivo para sentarse eligieron los asientos que estaban delante mío, menos una que se quedó en el medio del colectivo, antes del escalón que separa el espacio para discapacitados, viejas, embarazadas y gente molesta que se pone al lado de la puerta y te dificulta el descenso del colectivo, de la tierra alta donde abunda la gente que no sede el asiento ni por amenaza de inminente escupitajo en el ojo. Espero que haya quedado claro el lugar en donde se encontraba la chica, con la que desde el fondo yo intercambiaba un par de miradas buscando una complicidad que los dos sabíamos inexistente, pero aun así continuamos jugando al “te miro y me hago el gil que mira otra cosa”.
Como un buen porcentaje de los porteños, empezaron a hablar a los gritos cosa de que todo el colectivo escuche su charla, y yo como tipo interesado en los andares de nuestra juventud (por no decir chusma), me saqué los auriculares. La charla giraba en torno a cosas del colegio y sobre una chica que no era del agrado de ese grupito. Cuando pidieron opinión a la chica que se encontraba en las tierras bajas, empezó a acercarse de a poco hacia sus amigas mientras que a paso seductor y dedicándome unos falsos parpadeos, respondía al pedido de sus amigas sin reparar que pocos centímetros más adelante estaba el escalón... La caída fue en cámara lenta, uno de los pies quedó enganchado en el escalón y la velocidad que tomó impidió su innata reacción de poner las manos, haciendo que se haga cajeta la cara contra el suelo.
La facilidad que tiene el ser humano para reírse de la desgracia ajena es una bendición de la que decidí prescindir para ahorrarle un poco de vergüenza, así que en lugar de mearme de risa en su cara, miré por la ventana y largué una disimulada carcajada y esperé para mear en la facultad…






La moraleja es que si se van a hacer los cancheros, hay que tener en cuenta todos los factores climatogeográficos, adversidades tecnocientíficas y vicisitudes varias que al sumarse con tu potencial estupidez, puedan de una u otra manera complicar tu banal intento de cortejar al projimo (o a su mujer).

**LauCHa**